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“Y omisión…”
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¿Qué es esto que están diciendo algunos que se van a
abstener en la elección presidencial porque no se sienten cómodos con ninguno de
los posibles candidatos?
¿Desde cuándo se supone que las elecciones nos hagan sentir “cómodos”? ¿Desde
cuándo ejercemos el derecho a votar, por el que ha habido gente que peleó y
murió, sólo cuando es fácil y claro y nuestras opciones son las que nos gustan?
Cuando vamos a misa rezamos: “Yo confieso ante Dios Todopoderoso... que he
pecado mucho... de pensamiento, palabra, obra y omisión...”
Lo que dejamos de hacer puede ser tan culposo como lo que hacemos. Un
pecado es una elección equivocada y decidir no hacer algo es una elección
similar a la que tomamos cuando decidimos hacerlo.
Un pecado de omisión es siempre un pecado. Seguimos siendo responsables por los
resultados.
¿Qué es, entonces, lo que nos lleva a pensar que somos más responsables por los
resultados cuando votamos que por los resultados cuando no votamos?
El voto no es una declaración filosófica. Es una transferencia de poder. Es un
acto pragmático para preservar, en la medida de lo posible, dadas las
circunstancias, el bien común y limitar los males que lo amenazan.
En la cuestión práctica de la elecciones, lo que importa no es cuanto se
aproxima el candidato a mis preferencias y convicciones. La pregunta, en cambio,
es quien puede y será realmente electo. No sirve de mucho si la persona
que me resulta más cómodo apoyar no es electa, gobierna e implementa las
posiciones que a mi tanto me gustan.
El voto puede ser usado tanto para mantener a alguien fuera del poder
como para que otro lo alcance.
Sin embargo, si no usamos esa herramienta y como consecuencia de ello se elige a
una persona que es mucho peor y puede hacer más daño que aquel que no nos gusta,
tenemos parte de responsabilidad por el daño que se hará.
Hay una época de elecciones. En las primeras etapas el campo está abierto.
Podemos reclutar candidatos o decidir postularnos. Ayudamos a que se conozca la
persona o gente que serían mejores candidatos y a armar una base de apoyo. Eso
toma años de trabajo.
Después viene la temporada de las primarias, durante la cual los votantes eligen
entre los candidatos que han sido reclutados y que han estado construyendo una
estructura de poder.
Después llega el momento de las elecciones generales y podemos encontrarnos con
que no nos gusta ninguno de los nombres en las listas. En ese momento, debemos
cambiar nuestro enfoque hacia el que “es mejor” en vez del “óptimo.” La realidad
es que a menudo uno de varios candidatos insatisfactorios será elegido. Por eso
usamos nuestro voto para crear el mejor resultado posible y para limitar el
daño. Este cambio de enfoque es el que resulta muy difícil para algunos.
Pero seguimos siendo responsables por nuestras omisiones.
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