DIGNIDAD DEL MORIBUNDO. EUTANASIA Y
SUICIDIO ASISTIDO.
TEXTO COMPLETO del discurso del Santo Padre a los
participantes de la V Asamblea General de la Academia Pontificia para la
Vida, 27-2-99
Fuente: L’ Osservatore Romano, edic. semanal en castellano, 5-3-99, p. 7
La Academia Pontificia para la Vida celebró su V Asamblea General en la
antigua sala del Sínodo del 24 al 27 de febrero pasado. Tuvo por tema: "La
dignidad del moribundo" y se estudió no sólo desde el punto de vista
estrictamente médico, sino también en su dimensión psicológica y espiritual.
Juan Pablo II recibió a los participantes en audiencia en la sala del
Consistorio del palacio apostólico la mañana del sábado 27 de febrero y
pronunció las siguientes palabras:
1. ¡Bienvenidos, ilustres miembros de la Academia pontificia para la
vida, que os habéis reunido en Roma con ocasión de vuestra asamblea general
anual!. Al dirigir a cada uno de vosotros mi cordial saludo, agradezco al
presidente, profesor Juan de Dios Vial Correa, las amables palabras con que
ha interpretado vuestros sentimientos. Saludo, asimismo, a los obispos
presentes: a monseñor Elio Sgreccia, vicepresidente de la Academia
pontificia para la vida, y a monseñor Javier Lozano Barragán, presidente del
Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, al que está
unida la Academia pontificia.
Raíces y dimensiones del abandono del moribundo
Un pensamiento especial va a su inolvidable primer presidente, el
profesor Jérôme Lejeune, que falleció hace casi cinco años, el 3 de abril de
1994.
Quiso decididamente esta nueva institución, casi como su testamento
espiritual, para la salvaguardia de la vida humana, previendo las crecientes
amenazas que se cernían en el horizonte.
Deseo expresar mi satisfacción por toda la actividad de investigación
rigurosa y de amplia información, que la Academia pontificia ha sabido preparar
y realizar durante este primer quinquenio de vida. El tema que habéis elegido para vuestra reflexión, "La dignidad del moribundo" pretende llevar luz de
doctrina y de sabiduría a una frontera que, en algunos aspectos, es nueva y
crucial. En efecto, la vida de los moribundos y de los enfermos graves está
expuesta hoy a una serie de peligros que se manifiestan, unas veces en forma de
tratamientos deshumanizadores y, otras, en la desconsideración e incluso en el
abandono, que puede llegar hasta la solución de la eutanasia.
2. El fenómeno del abandono del moribundo, que se está extendiendo en la
sociedad desarrollada, tiene diversas raíces y múltiples dimensiones, bien
presentes en vuestro análisis.
Hay una dimensión sociocultural, definida con el nombre de "ocultación de la
muerte": las sociedades organizadas según el criterio de la búsqueda del
bienestar material, consideran la muerte como algo sin sentido y, con el fin de
resolver su interrogante, proponen a veces su anticipación indolora.
La llamada "cultura del bienestar" implica frecuentemente la incapacidad de
captar el sentido de la vida en las situaciones de sufrimiento y limitación, que
se dan mientras el hombre se acerca a la muerte. Esa incapacidad se agrava
cuando se manifiesta dentro de un humanismo cerrado a la trascendencia, y se
traduce a menudo en una pérdida de confianza en el valor del hombre y de la
vida.
Hay, además, una dimensión fílosófica e ideológica, basándose en la cual se
apela a la autonomía absoluta del hombre, como si fuera el autor de su propia
vida. Desde este punto de vista, se insiste en el principio de la
autodeterminación y se llega incluso a exaltar el suicidio y la eutanasia como
formas paradójicas de afirmación y, al mismo tiempo, de destrucción del propio
yo.
Hay, asimismo, una dimensión médica y asistencial, que se expresa en una
tendencia a limitar el cuidado de los enfermos graves, enviados a centros de
salud que no siempre son capaces de proporcionar una asistencia personalizada y
humana. Como consecuencia, la persona internada muchas veces no tiene ningún
contacto con su familia y se halla expuesta a una especie de invasión
tecnológica que humilla su dignidad.
Existe, por último, el impulso oculto de la llamada "ética utilitarista", por
la cual muchas sociedades avanzadas se regulan según los criterios de
productividad y eficiencia: desde esta perspectiva, el enfermo grave y el
moribundo necesitado de cuidados prolongados y específicos son considerados, a
la luz de la relación costo-beneficios, como cargas y sujetos pasivos. En
consecuencia, esa mentalidad lleva a disminuir el apoyo a la fase declinante de
la vida.
3. Éste es el marco ideológico en que se fundan las campañas de opinión, cada
vez más frecuentes, que pretenden la instauración de leyes en favor de la
eutanasia y del suicidio asistido. Los resultados ya obtenidos en algunos
países, unas veces con sentencias del Tribunal supremo y otras, con votos del
Parlamento, confirman la difusión de ciertas convicciones.
Esperanza en la inmortalidad
Se trata de la avanzada de la cultura de la muerte, que se
manifiesta también en otros fenómenos atribuibles, de un modo u otro, a una
escasa valoración de la dignidad del hombre, como, por ejemplo, las muertes
causadas por el hambre, la violencia, la guerra, la falta de control en el
tráfico y la poca atención a las normas de seguridad en el trabajo.
Frente a las nuevas manifestaciones de la cultura de la muerte, la Iglesia
tiene la obligación de mantenerse fiel a su amor al hombre, que es "el primer
camino que (...) debe recorrer" (Redemptor hominis, 14). A ella le compete hoy
la tarea de iluminar el rostro del hombre, en particular el rostro del
moribundo, con toda la luz de su doctrina, con la luz de la razón y de la fe;
tiene el deber de convocar, como ya ha hecho en diversas ocasiones cruciales, a
todas las fuerzas de la comunidad y de las personas de buena voluntad para que,
alrededor del moribundo, se establezca con renovado calor un vínculo de amor y
solidaridad.
La Iglesia es consciente de que el momento de la muerte va acompañado siempre
por sentimientos humanos muy intensos: una vida terrena termina; se produce la
ruptura de los vínculos afectivos, generacionales y sociales, que forman parte
de la intimidad de la persona; en la conciencia del sujeto que muere y de quien
lo asiste se da el conflicto entre la esperanza en la inmortalidad y lo
desconocido, que turba incluso a los espíritus más iluminados. La Iglesia eleva
su voz para que no se ofenda al moribundo, sino que, por el contrario, se lo
acompañe con amorosa solicitud mientras se prepara para cruzar el umbral del
tiempo y entrar en la eternidad.
La soberanía de Dios
4. "La dignidad del moribundo" está enraizada en su índole de
criatura y en su vocación personal a la vida inmortal. La mirada llena de
esperanza transfigura la decadencia de nuestro cuerpo mortal. "Y cuando este
ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista
de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: la muerte
ha sido absorbida por la victoria", (1 Co 15, 54; cf. 2 Co 5, 1).
Por tanto, la Iglesia, al defender el carácter sagrado de la vida también en
el moribundo, no obedece a ninguna forma de absolutización de la vida física;
por el contrario, enseña a respetar la verdadera dignidad de la persona, que es
criatura de Dios, y ayuda a aceptar serenamente la muerte cuando las fuerzas
físicas ya no se pueden sostener. En la encíclica Evangelium vitae escribí: "La
vida del cuerpo en su condición terrena no es un valor absoluto para el
creyente, sino que se le puede pedir que la ofrezca por un bien superior. (...)
Sin embargo, ningún hombre puede decidir arbitrariamente entre vivir o morir. En
efecto, sólo es dueño absoluto de esta decisión el Creador, en quien ‘vivimos,
nos movemos y existimos’ (Hch 17, 28)" (n. 47).
De aquí brota una línea de conducta moral con respecto al enfermo grave y al
moribundo que es contraria, por una parte, a la eutanasia y al suicidio asistido
(cf. ib., 61), y, por otra, a las formas de "encarnizamiento terapéutico", que
no son un verdadero apoyo a la vida y la dignidad del moribundo.
Es oportuno recordar aquí el juicio de condena de la eutanasia entendida en
sentido propio como "una acción o una omisión que, por su naturaleza y en la
intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor", pues
constituye "una grave violación de la ley de Dios" (ib., 65).
Igualmente, hay que tener presente la condena del suicidio, dado que, "bajo
el punto de vista objetivo, es un acto gravemente inmoral, porque conlleva el
rechazo del amor a sí mismo y la renuncia a los deberes de justicia y de caridad
para con el prójimo, con las distintas comunidades de las que se forma parte y
para la sociedad en general. En su realidad más profunda, constituye un rechazo
de la soberanía absoluta de Dios sobre la vida y sobre la muerte" (ib., 66).
Un testimonio de amor
5. El tiempo en que vivimos exige la movilización de todas las
fuerzas de la caridad cristiana y de la solidaridad humana. En efecto, es
preciso afrontar los nuevos desafíos de la legalización de la eutanasia y
del suicidio asistido. Para este fin, no basta luchar contra esta tendencia
de muerte en la opinión pública y en los parlamentos; también es necesario
comprometer a la sociedad y a los organismos de la Iglesia en favor de una
digna asistencia al moribundo.
Desde esta perspectiva, apoyo de buen grado a cuantos promueven obras e
iniciativas para la asistencia de los enfermos graves, de los enfermos mentales
crónicos y de los moribundos. Si es necesario, deben tratar de adecuar las obras
asistenciales ya existentes a las nuevas exigencias, para que ningún moribundo
sea abandonado o se quede solo y sin asistencia ante la muerte. Esta es la
lección que nos han dejado numerosos santos y santas a lo largo de los siglos y,
también recientemente, la madre Teresa de Calcuta con sus oportunas iniciativas.
Es preciso educar a toda comunidad diocesana y parroquial para asistir a sus
ancianos, y para cuidar y visitar a sus enfermos en sus casas y en los centros
específicos, según las necesidades.
La delicadeza de las conciencias en las familias y en los hospitales
favorecerá seguramente una aplicación más general de los "cuidados paliativos" a
los enfermos graves y a los moribundos, para aliviar los síntomas del dolor,
llevándoles al mismo tiempo consuelo espiritual con una asistencia asidua y
diligente. Deberán surgir nuevas obras para acoger a los ancianos que no son
autosuficientes y se encuentran solos; pero, sobretodo, deberá promoverse una
amplia organización de apoyo económico, además de moral, a la asistencia
prestada a domicilio: en efecto, las familias que quieren mantener en su casa a
la persona gravemente enferma, afrontan sacrificios a veces muy costosos.
Las Iglesias particulares y las congregaciones religiosas tienen la
oportunidad de dar en este campo un testimonio de vanguardia, conscientes de las
palabras del Señor a propósito de cuantos se prodigan por aliviar a los
enfermos: "Estaba enfermo y me visitasteis" (Mt 25, 36).
María, la Madre dolorosa que asistió a Jesús moribundo en la cruz, infunda en
la madre Iglesia su Espíritu y la acompañe en el cumplimiento de esta misión.
Os imparto a todos mi bendición.
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