En el argot futbolístico –o del soccer como se le conoce
aquí en los Estados Unidos diferenciándolo del futbol americano-, cuando el
árbitro saca una tarjeta roja significa que el jugador queda expulsado del
juego porque ha cometido una falta muy grave.
Pensemos por un momento en el siguiente escenario. Un candidato a la presidencia de la republica
de un país se declara abiertamente a favor del racismo y de la supremacía blanca. O un candidato que abiertamente se muestre en
desacuerdo con la participación de la mujer en la vida de los estudios y del
trabajo. Me pregunto y les pregunto. ¿No
sería cualquiera de ellas una razón suficiente para “sacarle tarjeta roja” a
este candidato y no votar por él en las elecciones? Alguno hasta podría pensar que lo
descalificaría, incluso, para lanzarse como candidato.
No podemos ser ingenuos y pensar que por el solo hecho de
que un candidato sea pro vida automáticamente esto le convierte en la mejor
opción presidencial. Obviamente la
respuesta es no. Es necesario evaluarlo en
otras dimensiones de su persona y experticia de la administración pública y de
la política en general.
Respondiendo a la pregunta que nos hemos hecho más arriba pienso que la
respuesta es afirmativa. Obviamente hay posiciones ideológicas que son
incompatibles con el ejercicio político que tiene como objetivo ser garante del
Bien Común. Hoy, gracias a Dios y a la
sangre derramada por muchos, es un hecho cultural mayoritariamente aceptado
que, por ejemplo, sea impensable un candidato abiertamente racista. Pero debemos dar un paso más.
¿Cómo un político que no defiende el derecho a la vida de
los seres humanos más vulnerables, que son los no nacidos, podrá defender la
vida de los demás ciudadanos?
Directamente relacionado con esta idea veamos lo que el
Beato Juan Pablo II escribió.
“El efectivo reconocimiento de la dignidad personal de todo ser humano
exige el respeto, la defensa y la promoción de los derechos de la persona
humana. Se trata de
derechos naturales, universales e inviolables. Nadie, ni la persona singular,
ni el grupo, ni la autoridad, ni el Estado pueden modificarlos y mucho menos
eliminarlos, porque tales derechos provienen de Dios mismo.
La inviolabilidad de la persona, reflejo de la absoluta inviolabilidad del
mismo Dios, encuentra su primera y fundamental expresión en la inviolabilidad
de la vida humana. Se ha
hecho habitual hablar, y con razón, sobre los derechos humanos; como por
ejemplo sobre el derecho a la salud, a la casa, al trabajo, a la familia y a la
cultura. De todos modos, esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se
defiende con la máxima determinación el derecho a la vida como el derecho primero y
fontal, condición de todos los otros derechos de la persona.” Exhortación Post
Sinodal Christifideles
Laici 38.
En los tiempos que nos ha tocado vivir se ha hecho parte de la cultura que
se vea como normal que un candidato pueda aspirar a un cargo público y a la vez
apoyar la matanza de bebés, bajo los eufemismos de “derecho a elegir” o
“promoción de la salud reproductiva de la mujer”.
Todos debemos seguir trabajando duro para
construir la cultura de la Vida en la cual llegue a ser lo normal, que a un
candidato que aspire al servicio de gobierno en la política sea impensable que
apoye el aborto. Debemos llegar al punto
que sea la cultura misma le que le saque “tarjeta roja” a sus aspiraciones.