Un escritor pitagórico expresó alguna vez el rol de la autoridad civil de la siguiente forma: “El monarca tiene una autoridad imposible de reprimir ( y por lo tanto no está limitada por el consenso), él es una ley viviente, es una especie de dios entre los hombres.”
¡Que diferentes que son los Estados Unidos! Nuestros fundadores vinieron aquí en busca de libertad, una libertad que reconoce que ningún ser humano o grupo de seres humanos jamás podrán ser “dioses entre los hombres.” Nuestra república, en cambio, debía ser gobernada por el imperio de la ley y no el imperio de los hombres.
Por eso, ningún parlamento o rey podría oprimir los derechos de otros, o eliminar su derecho a la vida. Nuestros próceres pelearon en una revolución precisamente para alcanzar eso. No se trató simplemente de una cuestión de “tributación sin representación.” Se trató de la libertad y la comprensión de que ella radica en Dios.
La visión pagana del gobierno negó la importancia del individiduo, exhaltó el poder del estado más allá de cualquier límite, y fue capaz, por lo tanto, de apoyar cosas como el infanticidio. Después de todo, la ley provenía de la boca del rey. Los individuos no importaban. Si el rey lo decretaba, hasta el infanticidio era aceptable.
La filosofía de gobierno de nuestros padres de la patria, en cambio, fue influenciada por la Escritura y por la tradición judeo-cristiana, según la cual todos somos pecadores y estamos igualmente sometidos a la ley de Dios. Sí, eran necesarios los poderes temporales, pero ellos también estaban sujetos a Dios.
Más aún, cada persona es un hijo de Dios. La conciencia de este hecho forjó el concepto de gobierno de los fundadores de nuestra nacionalidad, porque introdujo algo que nunca antes se había oído entre los paganos de antaño, que ahora cada individuo tenía un vínculo directo y personal con el Creador, independientemente de cualquier poder temporal. Esta conciencia de la dignidad de la persona humana constituyó la base para permitir que cada individuo influyera en la forma representativa de gobierno y para destacar que nuestros derechos, comenzando con la Vida, vienen del Creador, y que “los gobiernos se han instituído entre los hombres para asegurar estos derechos.” (Declaración de la Independencia.)
Esto es lo que celebramos en el Día de Acción de Gracias, no solamente que tenemos comida, sino que tenemos libertad, fundada en Dios y en el reconocimiento que el gobierno no puede alterar nuestros derechos humanos.
La liturgia de la Iglesia para el Día de Acción de Gracias lo expresa bellamente en el Prefacio, que dice: “Padre,...hiciste al hombre a tu imagen...Elegiste a un pueblo y les diste un destino y , cuando los liberaste de la esclavitud, llevaron con ellos la promesa de bendición y libertad para todos los hombres...Así pasó a través de generaciones de hombres que creyeron que Jesús por su muerte y resurrección les dio una nueva libertad en el Espíritu. Así pasó con nuestros padres, que vinieron a esta tierra como si salieran de un desierto hacia un lugar de esperanza y promisorio. Así nos pasa todavía a nosotros en este tiempo en que guías a todo hombre a través de tu Iglesia a la santa visión de la paz.”
En efecto, ¡por todo esto damos gracias!