Dios no nos da simplemente “reglas y regulaciones”. Se da a sí mismo. Todas sus enseñanzas y sus mandamientos son reflejo de lo que El es y, por esa misma razón, todas se mantienen unidas orgánicamente, como el mismo cuerpo, y cada mandamiento incluye en alguna medida otro mandamiento. En esta columna, concluiremos nuestras reflexiones sobre la forma en que el aborto viola cada mandamiento y como los mandamientos nos alientan a ser pro-vida.
El séptimo mandamiento declara: “No robarás”. Cuando violamos el derecho a la vida, robamos. Robamos a la persona de algo que le pertenece, el reconocimiento de sus derechos, la protección de su vida.
Actos como el aborto también roban al mismo Dios de lo que El es. Hace tiempo, cuando rezaba frente a una clínica de abortos junto a un grupo de personas, y un hombre pisó la línea de la propiedad, un empleado de la clínica le gritó: “Saque los pies de nuestra propiedad”. Yo le respondí: “¿Y Uds. cuando van a quitar las manos de la propiedad de Dios?”
Sólo Dios tiene dominio sobre la vida humana. Cuando un abortero penetra el espacio sagrado del vientre para arrancar al niño, está robando al Todopoderoso y también está robando a la sociedad el respeto que ésta le debe a la vida.
El octavo mandamiento declara: “No levantarás falso testimonio ni mentirás”. Todos tienen derecho a su buen nombre y reputación y este mandamiento prohíbe que mintamos sobre lo que uno ha hecho o dejado de hacer o sobre lo que uno es.
La cultura de la muerte vulnera profundamente este mandamiento. Al permitir decisiones judiciales como Roe vs. Wade que dice “la palabra persona… no incluye al no nacido,” la sociedad levanta falso testimonio contra los niños por nacer. Es una mentira.
Los aborteros van aún más lejos designando a nuestros hermanos y hermanas por nacer como “parásitos” o “productos de la concepción” o “deshechos médicos”. Levantan falso testimonio. Y quienquiera que diga que un aborto es justificado levanta falso testimonio al negar que el niño tiene derecho a ser protegido del cuchillo del abortero.
El noveno y el décimo mandamiento nos prohíben desear lo que pertenece a nuestro prójimo, ya sea su cónyuge o sus posesiones. En otras palabras, estos mandamientos nos exigen que nos limitemos en nuestros deseos respetando los límites entre lo que es nuestro y lo que no lo es.
Es una frontera sagrada que el aborto destruye completamente. El límite entre lo que le pertenece a la madre y lo que es del niño desaparece completamente. Algunos, por ejemplo, justifican el aborto porque la madre debe continuar con su vida. Pero el niño también. Algunos lo justifican porque la madre tiene la libertad de no recibir una carga. Pero también lo tiene el niño. Y al negar que el niño tiene la misma libertad que ella afirma tener, destruye el sentido y fundamento de su propia libertad.
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