Se cumplen diez años de la muerte del Cardenal John O’Connor, Arzobispo de Nueva York. Murió a causa de un tumor cerebral el 3 de mayo de 2000, pero su hermana Mary Ward está convencida que hubiera muerto en una fecha y forma determinada si no se hubiera enfermado.
“Hubiera muerto en el ataque al World Trade Center del 11 de septiembre de 2001 junto con el padre Mychal Judge,” me dijo Mary. El padre Judge fue la primera víctima reconocida oficialmente como consecuencia del atentado terrorista del 11 de septiembre. Murió mientras ejercía su ministerio en la entrada de la torre norte del World Trade Center después del ataque inicial. El Cardenal O’Connor hubiera corrido a la escena en cuanto hubiera recibido noticias del ataque.
El Cardenal era un sacerdote y obispo ejemplar, maestro y líder. Los católicos sentimos legítimo orgullo por su testimonio de Fe y por lo que significa para la Iglesia. Obispos y sacerdotes nutrieron su propio ministerio siguiendo el ejemplo del Cardenal.
Pero su fama, como la de sus amigos la Madre Teresa de Calcuta y el Papa Juan Pablo II trasciende el mundo católico. Dio testimonio de humanidad, de su significado y su dignidad. Su lema episcopal era “No puede haber amor sin justicia” y estaba comprometido con la promoción de ambos.
Mitigó las tensiones raciales, ayudó a resolver disputas laborales, asistió a niños hambrientos en Etiopía, intervino en crisis en Cuba y Centroamérica y muchas otras cosas más. Sin embargo, sus motivaciones no eran seculares, se fundamentaban en Cristo. Eso explica lo que el mundo considera la paradoja de un hombre cuya compasión era tan profunda como su ortodoxia.
Por ejemplo, enseñaba sin ambages que la actividad homosexual es contraria a las enseñanzas de la Escritura y la Iglesia. Sin embargo abrió el primer pabellón de enfermos de SIDA de Nueva York en el hospital St. Clare y dedicó miles de horas de servicio voluntario personal a los pacientes de SIDA, limpiándolos y atendiendo sus necesidades.
Proclamaba con claridad la inmoralidad del aborto. Sin embargo desde sus primeros momentos en Nueva York extendió una invitación urgente a cualquier mujer en cualquier lugar que estuviera tentada a abortar a su hijo. “Vengan a mi”, les dijo. “Los recursos de la Arquidiócesis de Nueva York estarán a su servicio para asistirlas a Uds. y a sus hijos.” Fue una promesa que repitió constantemente.
Junto con la fundación de las Sisters of Life, fue decisivo en lor orígenes de Priests for Life. Después de ordenarme y permitirme hacer trabajo en una parroquia por varios años, me dio permiso para dedicarme a tiempo completo a liderar Priests for Life. “No conozco otro esfuerzo más noble, más oportuno o importante que el reclutamiento de nuestro clero para la causa de la vida,” me escribió más tarde. “Sigo convencido que los sacerdotes por la vida, con sus misas, oraciones y ejemplo, harán que este gran país siga la voluntad de Dios por la vida.”
¡Gracias Cardenal O’Connor por ser mi mentor y el de tantos otros!