Los bienes de la tierra han sido creados para todos. Debemos compartir esos bienes ya sea que los necesitemos o no. Estos son principios elementales de la doctrina social Católica.
Donar nuestro tiempo, talento o tesoro se funda en la naturaleza misma de Dios. Aunque no tenía por que crearnos, lo hizo… y además se hizo uno de nosotros y murió por nosotros. Nos enseñó lo que significa dar cuando no tenemos que hacerlo y dar de nuestra misma sustancia, de nuestra misma vida.
El Señor mismo se refirió a esta teología de la donación. Después de observar como los ricos ponían sus cuantiosas donaciones en el tesoro del templo, vio a una pobre viuda haciendo su contribución y dijo: “En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos; pues todos éstos han echado como ofrenda algo de lo que les sobra, ella, en cambio, en su necesidad ha echado todo lo que tenía para su sustento” (Lucas 21:3-4).
La mayoría de nosotros contribuye con alguna caridad y damos lo que no necesitamos. Pero, ¿cada cuánto damos lo que sí necesitamos? El hecho de necesitarlo es precisamente el motivo por el cual tenemos que compartirlo.
Las necesidades del otro no son simplemente del otro, son nuestras. Somos un cuerpo. “Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aún siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo… que todos los miembros se preocupen por igual unos de otros. Si un miembro padece, todos lo miembros padecen con él; y si un miembro es honrado, todos los miembros se gozan con él. Vosotros sois cuerpo de Cristo y cada uno miembro de él.” (1 Cor. 12:12, 24-27)
¿Cuánto deberíamos dar a una causa que sabemos que es buena? La medida de nuestra donación debería ser la medida en la que el otro necesita lo que se da, nunca la medida en que el donante no lo necesita.
No hay grupo más necesitado en nuestra sociedad que los niños por nacer, privados del mismo derecho a sus vidas. Se gasta más dinero en este país para matar a los niños por nacer que para salvarlos. Algunos millonarios contribuyen miles de millones a los grupos que promueven su asesinato.
“Si alguno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano padece necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1 Juan 3:17). Dado que el mayor de los “bienes de este mundo” es la vida misma, podríamos parafrasear el versículo: ¿Cómo puede permanecer el amor de Dios en alguien que está vivo y viendo que su hermano está en peligro de muerte le cierra su corazón?
Cuando damos desde nuestra necesidad, damos vida a otros. Cuando contribuimos a los esfuerzos para acabar con el aborto eso es más cierto que nunca.