Si uno hace un recorrido por el Capitolio en Washington D.C., eventualmente llega a un cuarto relativamente pequeño en el sótano. Es la antigua Corte Suprema. Antes de que tuviera su propio edificio en la vereda de enfrente, la Corte Suprema solía estar debajo del edificio donde se reunen, deliberan y votan nuestros legisladores federales. El significado simbólico de este hecho es, por supuesto, que nos gobernamos a nosotros mismos. Nuestros representantes electos, que son responsables frente a nosotros, sancionan leyes. Los jueces no. Simplemente juzgan si se ha violado una ley en un caso particular por parte de partes determinadas.
O por lo menos, eso es lo que se supone que hagan.
Vivimos en una era de activismo judicial, o como algunos la han llamado de tiranía judicial. Los jueces anulan leyes y escriben nuevas a diestra y siniestra, sin precedente y sin razón. Por ejemplo, la decisión de la Corte Suprema en 1962 en el caso Engel v. Vitale, atacó el principio establecido de oración en las escuelas, declarando que una oración voluntaria, sin denominación en una escuela pública es inconstitucional. La Corte no pudo citar un solo precedente para justificar su prohibición. "Durante 170 años a partir de la ratificación de la constitución y la carta de derechos (Bill of Rights), ninguna corte jamás ha anulado una plegaria, en ninguna forma, en ninguna jurisdicción" (Barton, Original Intent, p. 159).
A partir de ese momento, las cosas fueron barranca abajo en distintas decisiones. En 1973, las decisiones Roe vs. Wade y Doe vs. Bolton desencadenaron el holocausto del aborto. En su disenso, el Juez Byron White pronunció la célebre afirmación que la Corte había hecho "un ejercicio de puro poder judicial...un ejercicio improvidente y extravagante del poder de revisión judicial".
Ahora las cortes están alterando la naturaleza misma del matrimonio como una unión entre un hombre y una mujer.
Los padres fundadores sabían los peligros de un sistema judicial que tratara de controlar el resto del gobierno. Thomas Jefferson escribió: "El germen de la disolución de nuestro gobierno federal está en la constitución de la magistratura federal;... trabajando día y noche como la gravedad, ganando un poquito hoy y otro poquito mañana, avanzando con su paso silencioso como un ladrón, sobre el campo de las jurisdicciones, hasta que todo sea usurpado". (Bergh, Writings of Thomas Jefferson, Vol. XV, pp. 331-332)
Los fundadores establecieron tres poderes distintos en el gobierno: legislativo, ejecutivo y judicial, y dejaron claro que "cada uno de los tres poderes tiene el mismo derecho a decidir por si mismo cual es su función de acuerdo a la constitución, sin considerar lo que los otros hayan decidido para ellos sobre la misma cuestión". (Thomas Jefferson, ibid., p.215). En otras palabras, el presidente y los miembros del congreso se compromenten a respetar la constitución, no la opinión de la Corte sobre la constitución.
Poco a poco, los estadounidenses se están levantando contra la tiranía judicial y claman por un cambio. Es tiempo de hacer de esto un tema electoral clave y elegir líderes que entiendan que el pueblo, no las cortes, deciden la dirección que tomarán nuestras políticas nacionales.