República

 
Fr. Frank Pavone
National Director of Priests for Life
November 17, 2003


"Recuerden, la democracia nunca dura mucho tiempo. Pronto se consume, se agota y se mata. Hasta ahora, nunca ha habido una democracia que no haya cometido suicidio".

Esta cita no proviene de un anarquista o un líder totalitario. Sorprendentemente, quizás, es de John Adams, el segundo presidente de los Estados Unidos, y uno de los firmantes de la declaración de independencia.


Citas similares pueden encontrarse en los escritos de los otros padres de la patria, que no obstante haber tenido la oportunidad, no fundaron una democracia. Lo que establecieron para los Estados Unidos es una república. Y hay una gran diferencia entre ambas.


En una democracia, las políticas se determinan por la mayoría del pueblo a través del voto directo. Lo que dice la mayoría, se hace. Eso es final y absoluto. Entonces, por ejemplo, si la mayoría dice que es aceptable matar, debería aceptarse. En una democracia pura, no habría un mecanismo para prevenir que se acepte, a menos que la mayoría cambiara su parecer.


Una república, en cambio, no se basa en el imperio de la mayoría, sino en el imperio de la ley. Se eligen representantes que sancionan leyes. Son responsables frente al pueblo, y es en este sentido que las mayorías importan. Pero también son responsables frente a una ley superior. He aquí la diferencia clave. Hay ciertas leyes que la mayoría no puede cambiar nunca. Estas leyes surgen de los derechos fundamentales de la persona humana y del mismo Dios.


Los padres fundadores reconocieron esto y esperaban que todas las generaciones futuras también lo reconocieran. Alexander Hamilton, uno de los signatarios de la constitución, escribió: "la ley... dictada por el mismo Dios es, por supuesto, superior en obligación a cualquier otra. Es vinculante en todo el mundo, en todos los países, y en todos los tiempos. No hay leyes humanas que tengan validez alguna si se oponen a esto". (The Papers of Alexander Hamilton, Vol. I, p.87).


James Wilson, otro firmante de la constitución y miembro de la Corte Suprema de Justicia escribió: "todas las leyes, sin embargo, pueden organizarse en dos clases, 1)Divina. 2) Humana... La ley humana debe apoyar su autoridad en última instancia en la autoridad de la ley divina". (The Works of the Honourable James Wilson, Vol. I, pp. 103-105).


Los fundadores de nuestra nación creían en la ley bíblica. Ese era el patrón para la ley y el gobierno en nuestro país hasta el comienzo de este siglo. Ahora, en vez de ella, el positivismo legal se ha convertido en la norma. Afirma que no hay leyes inmutables y superiores. La ley humana, en cambio, es la ley final y puede siempre cambiar de acuerdo a las circunstancias. Ese es el suelo envenenado a partir del cual han germinado Roe vs. Wade y otras decisiones sobre el aborto.


Es hora de cambiar. Necesitamos redescubrir nuestra propia historia e impartirla a nuestra juventud. El documento legal primario de nuestra nación, la declaración de independencia, reconoce en su primera oración que "las leyes de la naturaleza y del Dios de la naturaleza" son primarias. No somos una democracia, somos una república.


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