La noche de año nuevo es una de mis favoritas, porque está marcada por dos palabras especiales: gratitud y esperanza.
El fin del año viejo nos mueve a la gratitud, aún si hemos experimentado pérdidas y tragedias. “En todo dad gracias, pues que tal es la voluntad de Dios en Cristo Jesús en orden a vosotros.” (1 Tes. 5:18). No importa lo que pase, nada puede separarnos del amor de Dios. Si estamos vivos y creemos en el Señor, tenemos un motivo enorme para agradecer.
El comienzo del nuevo año nos invita a la esperanza, aún si tememos. Cuando Jesús visitó a Martha y María para consolarlas por la muerte de su hermano Lázaro, aunque este había estado en la tumba por cuatro días, las hermanas le dijeron a Jesús: “Pero sé que lo que pidieres a Dios te lo concederá.” (Juan 11:22). Pero sé. Ese debería ser nuestro tema. Como declaró Jeremías en medio de la devastación de Jerusalén a manos de los babilonios. “Meditando en esto recobro esperanza. Es por la misericordia del Señor que no hayamos perecido, porque nunca se acaban sus piedades. Se renuevan cada mañana; grande es tu fidelidad.” (Lam. 3:21-23). Sí, lo sé. A pesar de todos los males del mundo en el comienzo del año nuevo, estamos llamados a esperar en el Señor que no ha cambiado. Lo sé.
Podemos esperar que nuestras vidas cambien, y que la cultura de muerte pueda cambiar a una cultura de vida. El mismo hecho que un nuevo año comience nos recuerda que Dios es paciente. Sigue dándonos tiempo para que nos arrepintamos. Leemos en Lucas 13:6-9 “Y dijo esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Vino a buscar fruto de ella, y no le halló. Entonces dijo al viñador: “Mira, tres años hace que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo. ¡Córtala! ¿Por qué ha de inutilizar la tierra?” Mas él le respondió y dijo: “Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor y eche abono. Quizá dé fruto en lo futuro, si no la cortarás.””
Tenemos un año nuevo para cavar alrededor y fertilizar el suelo de nuestras vidas y nuestra cultura. Algunos se asustan de hacer resoluciones de año nuevo, porque no quieren experimentar la tristeza de haber fracasado en su propósito. Los aliento a que avancen con coraje y las hagan de todos modos. He aquí la razón. La idea de hacer una resolución no es que uno la mantenga perfectamente. El éxito no se mide por “no haber quebrantado nunca” la resolución. El éxito, en cambio, se mide por el hecho de renovar la resolución una vez más que el número de veces que la quebrantamos.
Al comenzar el 2006, demos gracias y esperemos.