El sábado 3 de mayo hubo un funeral en Michigan. El obispo de Detroit John Quinn ofreció la Santa Misa por unos 25 niños asesinados en abortuarios de la zona. Después hubo un entierro. Los cuerpos de esos niños habían sido recuperados en febrero y marzo de unos basureros que se encuentran atrás de la clínica “Woman Care” (Cuidado de la Mujer), cuyo propietario y operador es Alberto Hodari. Citizens for a Pro-Life Society (Ciudadanos por una sociedad pro-vida), que lidera mi amiga Monica Miller, se encargó de recuperar y cuidar los cuerpos de los bebés y organizó el funeral.
No fue un funeral ordinario. Todavía hay muchos conciudadanos que ni siquiera reconocen que la gente que fue enterrada es gente. Por lo tanto, lamentar públicamente su muerte no es sólo una forma de honrarlos, sino de atraer la atención a nuestra nación porque estamos viviendo el mayor holocausto de todos los tiempos. Por eso he pedido a mis hermanos sacerdotes de todo el país que llamen la atención de sus congregaciones para que se den cuenta que se está enterrando a niños que fueron brutalmente asesinados en forma legal y que la matanza debe terminar.
Providencialmente, el funeral se desarrolló durante el fin de semana en que la Iglesia celebra la fiesta de la Ascensión. Al ascender al cielo cuarenta días después de la resurrección, Jesús lleva nuestra naturaleza humana a las alturas del cielo. Esa es la esperanza que presentamos a la humanidad. Nos sentaremos en el trono con Cristo (véase Apocalipsis 3:21). Por eso, es imposible que ignoremos el hecho que aquellos que comparten la misma naturaleza humana sean tirados a la basura.
El aborto se ha vuelto muy abstracto. La palabra ha perdido su significado. El conocimiento que los niños son asesinados se ha vuelto un concepto y ya no es suficiente para movilizar a la gente a la acción. Necesitamos los funerales, necesitamos ver los cuerpos, necesitamos oír los detalles horribles de los abortos para despertarnos del letargo moral y acabar de una vez por todas con esta matanza.
Cuando tiró los cuerpos a la basura, el abortero Hodari también descartó las historias clínicas. Lamentablemente ése es el único hecho que puede ocasionarle problemas. Por supuesto que el descuido con las historias clínicas de los pacientes debe ser sancionado. Pero cuando una sociedad castiga a un hombre por tirar a la basura unos pedazos de papel y lo excusa por haber tirado bebés en el mismo basurero, somos culpables de ocuparnos de los superficial y descuidar lo más importante. Somos peores que los fariseos del tiempo de Jesús.
Cada año, durante el mes de mayo, la comunidad pro-vida de Dallas reza frente a otra tumba que honra a los bebés abortados que están enterrados allí...¡Son 1300 bebés! Como dijo mi amiga Monica: “Esta tumba es un lugar de refugio, especialmente para madres y padres que lamentan haber decidido abortar sus hijos, es un lugar de reconciliación” Así es, necesitamos que comience la sanación, pero eso sólo será posible cuando hayamos llorado a los muertos.