El pasado viernes 03 de octubre por la noche, la Iglesia en la tierra pierde un gran líder espiritual. Fue llamado a la Casa del Señor, en la misma fecha en que murió san Francisco de Asís en 1.226. Un sacerdote que vivió y enseñó la espiritualidad franciscana y de hecho, fundó una nueva comunidad basada en esa espiritualidad.
El padre Benedicto Groeschel, CFR, fue un inspirador, maestro y mentor de muchas personas de todas las religiones alrededor del mundo. Muchos, incluyéndome, diríamos que fue un santo.
Tuve el privilegio de conocerlo personalmente desde que yo tenía 16 años. Su oficina en la Casa de Retiros Trinidad en Larchmont Nueva York, estaba a pocos minutos de donde yo crecí, en Port Chester. Pasé incontables horas sentado como estudiante en sus clases durante mis años de seminario, conversando con él privadamente como director espiritual, mentor y asesor de mi trabajo, viajando con él y haciendo juntos entrevistas para los medios. Yo lo escogí como sacerdote asistente, en mi ordenación, para ponerme por primera vez mis vestiduras sacerdotales. Él animó muchísimo mi trabajo en Sacerdotes por la Vida.
Estoy seguro de que muchos que lo conocieron tan bien como yo, tienen pensamientos y sentimientos similares en estos días. Innumerables recuerdos vienen a nuestras mentes, renovando la inspiración que él nos dio, pero esta vez en un contexto diferente: ahora tenemos una mayor responsabilidad, de llevar sus enseñanzas y su ejemplo a todos aquellos que no lo conocieron. Muchas veces cuando alguien muere, decimos a otros “es una lástima que no lo haya conocido”, pero gracias a docenas de libros e incontables entrevistas que él deja como legado, podemos decir en esta ocasión “¡por favor, permitan que lo conozcan!”
El padre Benedicto conoció y amó a los pobres y despreciados. Él tomó su nombre, Benedicto José, de san Benedicto José Labre. Conózcalo y conocerá el sentido del espíritu de fray Benedicto. San Benedicto José Labre es el patrono de los desposeídos, de los mendigos, de los rechazados, de los vagabundos y de los enfermos mentales. El padre Benedicto llegó a ser psicólogo, porque él amaba y quería servir a personas como estas. Su profundo conocimiento de la naturaleza humana le permitió ayudar no solo a los marginados de las calles de nuestras ciudades, sino también a muchos sacerdotes en problemas y que los obispos tenían que cuidar.
Una de las muchas historias que Fr. Benedicto me contó fue sobre una de las veces que recogió a la madre Teresa en una de sus visitas a Nueva York. Ya era tarde en la noche, él estaba muy cansado, y cuando creyó que era hora de decir “buenas noches”, ella planteó la pregunta, “padre Benedicto, ¿por qué usted fue llamado por Dios?” El padre le dijo algo como “madre Teresa ¿no podemos hablar de esto mañana?” La madre Teresa respondió a su propia pregunta, “padre Benedicto, usted fue llamado por la humildad de Dios”. ¿No es esto un pensamiento consolador para todos nosotros? Nosotros pensamos que no somos dignos del llamado de Dios y esto está muy bien, pero es por la humildad de Dios que nos llama de cualquier forma. ¡Él quiere hacer grandes cosas a través de instrumentos como nosotros!
El P. Benedicto siguió esta llamada sin importarle nada. No solo llevó la fe a quienes no la tenían, sino que defendió la fe verdadera en el seno de la Iglesia en contra de los cobardes que querían distorsionarla para sus propios intereses o que tenían miedo de hablar para proteger sus espaldas. Él fue un reformador. Recuerdo cuando inició su nueva comunidad, fue durante mi estadía en el seminario y al final de cada clase, tomaba su pequeño calendario y nos hablaba de los cambios en el horario de clase que teníamos que hacer para la siguiente semana por sus viajes. Un día, miró su calendario, nos habló de cuándo sería la próxima clase en voz baja, asintió con la cabeza y dijo: “para este día, habrán grandes cambios en mi vida”. Ninguno de nosotros entendió lo que significaba. Él se refería al inicio de su nueva comunidad. Pero él se aventuró a empezar esa nueva comunidad, no por algún sentido de arrogancia, juicio o deseo de independencia equivocado, sino por un sentido del deber para con los jóvenes que ya estaban en comunidad con él, quienes sentían un llamado a algo más profundo. Él dijo que hubiera sido un pecado suyo no haber respondido a la gracia de Dios actuante en sus vidas.
Él era desvergonzado en la fe. Un día, caminando por una de las áreas más acomodadas de la ciudad en su hábito franciscano, como siempre lo hacía, una dama muy distinguida, mirándolo le preguntó “¿es usted real?” Él paró y replicó “si señora, ¿lo es usted?
Uno de mis viajes más memorables con él, fue una peregrinación a Tierra Santa. Yo estaba impresionado de cómo, literalmente en cada lugar santo que estuvimos, los sacerdotes tanto católicos como ortodoxos, lo conocían y se acercaban a saludarlo con alegría y reverencia. Él parecía conocer a cada uno. Incluso, cuando él y yo estábamos caminando juntos en un punto del desierto de Judea, él se volteó y señaló a un lado de la montaña. Camino arriba, vimos un pequeño hueco en la parte rocosa de la montaña, “ahí” dijo “un ermitaño vive ahí”. Él incluso lo conocía.
El padre Benedicto Groeschel era un santo y me permito estar entre los primeros en introducir públicamente la causa de su canonización. Pero me apresuro a decir que sé perfectamente lo que él diría en este momento: “oren por mí y nunca dejen de orar por mí o de ofrecer misas por mí por el resto de sus vidas. ¡Nunca sabemos, cuando entremos al purgatorio, a quien nos vamos a encontrar y nos regañe por haber dejado de rezar por ellos!”
Talvez Fr. Benedicto tuvo una gran percepción de la realidad y de la necesidad del purgatorio, porque ahondó en lo más profundo de la miseria humana. Él estaba comprometido de brindar a tales heridas la liberación y el poder sanador de Cristo. Esto moldeó la manera en que él oró prácticamente antes de cada conversación y cada clase que dio: “Espíritu Santo, ven y habita en nosotros, guíanos e ilumínanos, ayúdanos a crecer y a cambiar”. Y en su capilla en la Casa de Retiros Trinidad en Larchmont, donde sirvió por muchos años, una de las imágenes en la pared dice todo esto. Es la tumba de Lázaro con la inscripción “¡desatadle y liberadlo!”
Fr. Benedicto, alabamos a Dios porque ahora estás más libre que nunca. ¡No cesaremos de rogar por ti ni de difundir tus enseñanzas y tu ejemplo, para que muchos otros sean libres también!