Más significativos que los debates o documentos del Sínodo de los Obispos que finalizó recientemente, fue el acto con el cual finalizó. En el día de ayer, en el Vaticano, el Papa Francisco declaró, de forma oficial, la santidad de uno de sus predecesores: beatificó al Papa Pablo VI, quien completó el Concilio Vaticano Segundo y, además, publicó la encíclica Humanae Vitae (25 de julio de 1968), un documento que tuvo antes y después una importante controversia, y a veces se lo llama “la encíclica del control de la natalidad”.
Humanae Vitae no identifica el problema clave de la actualidad en el ámbito del sexo, la natalidad o “la píldora”, sino en el mito de que podemos ser Dios. El Papa Pablo escribe, al principio del documento: “Finalmente, y sobre todo, el hombre ha llevado a cabo progresos estupendos en el dominio y en la organización racional de las fuerzas de la naturaleza, de modo que tiende a extender ese dominio a su mismo ser global: al cuerpo, a la vida psíquica, a la vida social y hasta las leyes que regulan la transmisión de la vida. (n.2).
Aquí, el Papa brinda una visión más amplia del problema. Creemos que todo nos pertenece, pero la realidad es que nosotros pertenecemos a Dios. “Humanae Vitae” significa “De la vida humana”. La vida humana vino de Dios y debe volver a él. “Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio (1 Cor. 6:19-20). El sexo y la concepción de hijos son aspectos de un conjunto completo de realidades que conforman nuestras vidas y actividades. Sufrimos de la ilusión de que todas estas actividades nos pertenecen. “Esto es mi vida, mi cuerpo, mi elección”.
El problema al que nos enfrentamos no es que nuestra sociedad esté obsesionada con el sexo. En cambio, es que le tiene miedo. Miedo de la realidad total y el poder que representa, de donde viene y adónde lleva. El sexo comprendido adecuadamente requiere que reconozcamos quién lo creó. Más que eso, el sexo nunca se puede separar de su propósito: introducirnos en el movimiento inmenso y poderoso de la vida y el amor que comenzaron cuando Dios dijo: “Que se haga la luz” (Génesis 1:3), y que culmina cuando el Espíritu y la Esposa dicen “Ven, Señor Jesús”. (Revelaciones 22:17).
La actividad sexual significa tanto, que está mal disminuir su mensaje o negar su realidad total: pertenece al contexto del amor comprometido (sellado en el matrimonio) y a la apertura a la vida, precisamente porque es el único contexto lo suficientemente grande como para sostener su mensaje y reflejar la realidad mayor a la que apunta el don de la sexualidad y a la que nos compromete.
Esta es una realidad que es más grande que todos nosotros. Es el darse a uno mismo que comienza en la Trinidad y se revela de forma llamativa en la Cruz, y luego nos desafía a cada uno de nosotros en nuestra interacción diaria con los demás, con Dios y con nuestro propio destino eterno. Es tan real y tan grande que asusta. Esa es la razón por la cual, en la actualidad, muchos le temen a la realidad y al significado completo del sexo. Y esa es también la razón por la cual el Papa Pablo VI escribió Humanae Vitae.
Y recordarles a los fieles de esa enseñanza, y del santo Padre que la articuló tan bien, es parte de lo que ahora llamamos Beato Papa Pablo VI.