Anoche supe con tristeza de la muerte del Bebé Joseph Maraachli, el niño de Canadá quien, a comienzos de este año, apareció en titulares internacionales a medida que su familia luchaba por darle el cuidado básico que él necesitaba para poder respirar. Extiendo mis condolencias y oraciones a su familia.
Este niñito y sus padres cumplieron una misión especial encomendada por Dios. En medio de una Cultura de Muerte donde la desesperación nos lleva a disponer de lo vulnerable, ellos mantuvieron la Cultura dela Vida donde la esperanza nos lleva a acoger y a cuidar al vulnerable.
Desde mi primera conversación con los padres del Bebé Joseph, ellos me expresaron su confianza en Dios. Ellos no exigían a Dios un determinado tiempo de vida para su hijo. Ellos solamente querían cumplir con su llamado de amar a su hijo incondicionalmente y protegerlo de aquellos que consideraban que su vida no valía la pena.
Y ellos cumplieron su llamado. Después de encontrarse, para su asombro, con la falta de disponibilidad de los establecimientos canadienses médicos y legales para hacerle a su hijo una simple traqueotomía, ellos se dirigieron a Sacerdotes por la Vida, y nosotros arreglamos todo para que el niño recibiera el tratamiento en el Centro Médico para Niños Cardinal Glennon, en San Luis. Nunca olvidaré la noche en que volé en el avión médico para recoger al bebé y a su padre. (La mamá y el niño mayor se unieron a nosotros después). Fue a media noche. Hacía frio. Pero aun así el gozo y la esperanza nacieron en aquel vuelo médico Kalitta MedFlight. El papá de Joseph, literalmente se pellizcaba, diciendo que no podía creer que su hijo estaba ahora libre de la prisión del hospital donde había estado, y podía recibir una nueva evaluación y cuidado.
Y qué gusto tan grande fue éste, después de aquellas semanas en San Luis, para celebrar el Jueves Santo, ver que Joseph se iba a su casa con sus padres, respirando por sí mismo sin tubos ni máquinas. Nadie negaba que él tuviera una seria condición neurológica degenerativa, no había nadie que no estuviera dispuesto a aceptar el juicio médico. Pero, lo que nosotros no queríamos aceptar era la arrogancia de los profesionales médicos y legales quienes presumían juzgar el valor de su vida, y decir que no era digno de recibir tratamiento. Sí, existe algo que puede considerarse un tratamiento que no vale la pena, pero nunca habrá algo así como una vida que no valga la pena.
Alabo a Dios esta noche por las decenas de miles que estuvieron junto a Sacerdotes por la Vida y otros grupos pro-vida para salvar al Bebé Joseph. Seguimos estando convencidos de que el valor de la vida no es medido por meses o años, sino reflejado en el amor que compartimos momento a momento. Todos nosotros amamos a Joseph, porque Dios nos confió el cuidado de los unos por los otros. En esa convicción continuaremos contrarrestando la cultura de la muerte y restaurando la protección y la igualdad de todos, nacidos o no.