Josue 24:1-2a, 15-17, 18b
Efesios 5:21-32 o 5:2 a, 25-32
Jn 6:60-69
Ver un video con consejos para la homilía: https://www.youtube.com/watch?v=AvqF0uESvpU&t=3s
Los apóstoles "han llegado a creer y están convencidos" de que Jesús es el Hijo de Dios. Por tanto, aunque no entiendan sus palabras sobre "comer su carne y beber su sangre", saben que él es digno de confianza. De hecho, no hay evidencia de que estas palabras tuvieran más sentido para Pedro y los otros apóstoles que para los que se apartaron. Pero, como Santo Tomás de Aquino escribiría siglos más tarde en el himno "Adoro te Devote," " Lo que el Hijo de Dios me ha dicho, lo doy por cierto. La propia verdad habla verdad, o no hay nada cierto.”
La fe no es totalmente ciega. Comienza con “motivos de credibilidad.” En otras palabras, tenemos razones sólidas para creer en Aquel en que creemos - no nos limitamos a confiar en cualquiera que venga y diga que tiene un mensaje de Dios. Pero una vez que tenemos esas razones sólidas, entonces la confianza que depositamos en esa persona nos lleva al conocimiento que la razón por sí sola nunca podría alcanzar.
La Iglesia, por otra parte, no rechaza la "libertad de elección", propiamente entendida. Dios exige que elijamos, como Josué dijo al pueblo (Primera lectura) y como los oyentes de Jesús hicieron. Sin embargo, cuando elegimos a Dios, esas opciones tienen corolarios y consecuencias. Elegir a Dios, de hecho, significa elegir la vida. El Papa Benedicto XVI le dijo al clero romano el 2 de marzo de 2006: "Elegir la vida, optar por la vida, por tanto, significa en primer lugar optar por una relación con Dios. Sin embargo, surge una pregunta inmediatamente: ¿con qué Dios? Aquí, una vez más, el Evangelio nos ayuda: con el Dios que nos ha mostrado su rostro en Cristo, el Dios que venció el odio en la cruz, es decir, en el amor hasta el fin. Por tanto, al elegir este Dios, escogemos la vida. "
Escogemos de nuevo en la Eucaristía. Al llegar a la comunión, estamos renovando nuestra opción fundamental de servir a Dios, de creer en Cristo, de vivir como la Iglesia enseña. La Iglesia no nos propone "tal vez", sino certezas, por la cual luego encontramos la fuerza para hacer lo que describe Pablo en la segunda lectura: para entregarnos por los demás. Él habla de una subordinación mutua y del amor de donación del esposo a la esposa. La Iglesia de ninguna manera degrada a las mujeres, sino que más bien las ve como un símbolo de la Iglesia misma, esposa de Cristo. Todos en la Iglesia estamos llamados al amor abnegado que Cristo vivió.