Mal 3:1-4
Hebreos 2:14-18
LC 2:22-40 o 2:22-32
La celebración de hoy recalca varios temas que iluminan de una manera particular la dedicación de la Iglesia hacia la construcción de la cultura de la vida.
La presentación de Jesús en el templo se destaca, por un lado, el hecho de que fue como nosotros en todo menos en el pecado. Este niño comparte la jornada de cada ser humano se hace a través del vientre de su madre. Jesús era un embrión, un feto, un niño no nacido. Asumiendo todas las etapas de nuestra jornada humana, él también las ha redimido.
Esto está entrañablemente relacionado con un segundo tema clave: pertenecemos a Dios. La presentación es también una declaración: este niño es de Dios. En el caso de Jesús esto es cierto de una manera aún más profunda, porque él es el hijo unigénito de Dios. Si pertenece al padre, de igual manera también nosotros y también los pobres, los enfermos, los marginados, los oprimidos y los no nacidos. La vida humana no puede ser propiedad de otros seres humanos ni del el poder del estado. Pertenece sólo a Dios.
Por lo tanto, al celebrar la presentación, a cada uno de nosotros se nos da el privilegio y la obligación de proclamar, celebrar y servir ese don de la vida, que es entregada a nuestro cuidado y no a ser su propietario.
Y nuestra celebración de velas en esta fiesta representa el hecho de que nosotros hacemos brillar la luz de esta verdad en una cultura oscura de la muerte. La gloria de Dios, que Cristo hace brillar a los Gentiles, es una gloria reflejada en cada vida humana, sin importar su condición.