Ex 16:2-4, 12-15
Efesios 4:17, 20-24
Jn 6:24-35
Ver un video con consejos para la homilía: https://www.youtube.com/watch?v=B-kdK2eKCvI
El hambre humana es más profunda que la física, y las lecturas de hoy señalan a Cristo como el Pan de Vida. Él fue predicho por el maná y continua dándonos nuestro "pan de cada día" en la Eucaristía.
En su encíclica Caritas in Veritate, afirma el Papa Benedicto XVI que "El desarrollo debe abarcar no sólo el crecimiento material, sino también el crecimiento espiritual" (n. 76). Las lecturas de hoy nos ayudarán a centrarnos en ambas realidades y en la interrelación entre las dos.
Por otra parte, nos enfocan en el hecho de que el crecimiento espiritual que adquirimos en Cristo, el Pan de Vida, nos impulsa a asumir una nueva forma de vida, en la que la vida misma se afirma con generosidad y las conductas de la cultura de la muerte son rechazadas.
Abrazar la vida, sobre todo en medio de dificultades económicas, requiere el tipo de confianza en Dios en la solidaridad humana que experimentaron los israelitas en su camino en el desierto. Se requiere ese tipo de confianza, además, que las promesas de Cristo inspiran en sus propias palabras en el Evangelio de hoy.
Al referirnos de nuevo a la encíclica Caritas in Veritate, encontramos un resumen de estas verdades:
“El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don. Por ello, también en los momentos más difíciles y complejos, además de actuar con sensatez, hemos de volvernos ante todo a su amor. El desarrollo conlleva atención a la vida espiritual, tener en cuenta seriamente la experiencia de fe en Dios, de fraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia divina, de amor y perdón, de renuncia a uno mismo, de acogida del prójimo, de justicia y de paz. Todo esto es indispensable para transformar los «corazones de piedra» en «corazones de carne» (Ez 36,26), y hacer así la vida terrena más «divina» y por tanto más digna del hombre. Todo esto es del hombre, porque el hombre es sujeto de su existencia; y a la vez es de Dios, porque Dios es el principio y el fin de todo lo que tiene valor y nos redime: «el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios» (1 Co 3,22-23). El anhelo del cristiano es que toda la familia humana pueda invocar a Dios como «Padre nuestro». Que junto al Hijo unigénito, todos los hombres puedan aprender a rezar al Padre y a suplicarle con las palabras que el mismo Jesús nos ha enseñado, que sepamos santificarlo viviendo según su voluntad, y tengamos también el pan necesario de cada día, comprensión y generosidad con los que nos ofenden, que no se nos someta excesivamente a las pruebas y se nos libre del mal (cf. Mt 6,9-13) (n. 79).”