Is 6:1-2a, 3-8
1 Corintios 15:1-11 o 15:3-8, 11
LC 5:1-11
https://youtu.be/UBobqUI_7PM
La primera lectura y el Evangelio para este fin de semana ambos muestran la reacción de la humanidad pecadora ante la presencia de la manifestación de la santidad: <<¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador>>. De repente vemos, con nueva claridad, las profundidades de nuestros propios pecados, tal como podemos ver las manchas en una ventana aparentemente clara cuando brillan en ella los rayos del sol. Si leemos las cartas de San Pablo en el orden en que fueron escritas (que no es el orden en que aparecen en las Escrituras), vemos que Pablo muestra una creciente conciencia de su pecado en el transcurso de su vida. «Pablo, apóstol de Cristo Jesús» comienza. Más tarde, dice, «Apóstol y siervo.» Pero más tarde declara «no soy digno ser llamado apóstol» (la lectura de hoy), y por último, se llama a sí mismo «mas grande de los pecadores".
Sin embargo, ante la santidad de Dios (en el caso de Isaías, la gloria de Dios en el templo y en caso de Pedro, la gloria de Dios en Cristo), la humanidad no queda aplastada, pero más bien recibe la invitación para ser purificada, renovada y enviada. Isaías es lavado del pecado y luego, responde al llamado a ser un profeta. A Pedro se le pide dejar a un lado sus temores y responde al llamado a ser apóstol.
Esto nos da un contexto espiritual perfecto para el llamado a ser pro-vida y a construir la cultura de la vida. Contrariamente a lo que algunos de nuestros críticos dicen, en la Iglesia no somos gente arrogante que nos creemos superiores a los demás y queremos decirles cómo vivir. Más bien, comenzamos con el arrepentimiento, dándonos cuenta de que reconocemos los pecados del mundo, sólo después de que hemos reconocido los nuestros. Cuando llamamos a otros a un estándar de moralidad, estamos reconociendo que nosotros mismos estamos bajo ese mismo estándar. Cuando llamamos a otros a arrepentirse de los pecados que destruyen la vida, no estamos diciendo que somos mejores que ellos, pero simplemente que ellos y nosotros tenemos que rendirle cuentas a Dios quien nos creo a todos, y que sus preferencias está sobre la nuestras.
En todo el país, las personas pro-vida aconsejan a las mujeres a no tener un aborto. Quienes así lo hacen no se acercan a estas mujeres como extraños. Más bien, estos consejeros pro vida saben también lo que es luchar contra el mal y ser atraído por la tentación. Ellos ministran como pecadores arrepentidos, familiarizados con la lucha contra el mal.
Asimismo, muchos católicos rezan el Rosario frente las clínicas de aborto. No lo hacen para acosar o intimidar a las mujeres. Antes al contrario, lo hacen como un acto de arrepentimiento. Como están en la acera pública, no dicen <<ora por esos pecadores>>, sino más bien repiten, <<ruega por nosotros pecadores.>> Desde esa postura de arrepentimiento, pueden tender la mano a aquellos que van en camino a cometer un error terrible. Al hablarles y extenderles el amor para evitar el aborto, estas personas fieles intentan compensar de alguna manera por el silencio y el temor que a muchos les impide hacer algo para salvar vidas.
Cuando ayudamos a nuestra gente reconocer que las actividades pro-vida provienen de un arrepentimiento humilde, sentamos las bases para llamar a más personas a ser profetas de la vida, como Isaías y apóstoles de la vida, como Pedro, al participar activamente en la misión pro vida de la Iglesia.